Comprender y Prevenir el Fraude: La Vigencia del Triángulo del Fraude

Marco Loayza,

Comprender y Prevenir el Fraude: La Vigencia del Triángulo del Fraude
 Por Albert Salvador

El fraude sigue siendo uno de los riesgos más complejos que enfrentan las organizaciones, tanto en el sector público como en el privado, y aunque las tecnologías y los modelos predictivos han avanzado, sus raíces permanecen ancladas en patrones humanos estudiados desde hace décadas. Uno de los modelos más influyentes para comprender cómo y por qué ocurre el fraude es la teoría del triángulo del fraude, propuesta por el criminólogo Donald Cressey.
 Este modelo sostiene que el fraude se produce cuando convergen tres factores: presión, oportunidad y justificación. Su simplicidad y solidez explicativa han hecho que se mantenga vigente hasta nuestros días, siendo ampliamente utilizado por auditores, oficiales de cumplimiento y expertos en prevención de delitos económicos.

Los  tres vértices del Triángulo del Fraude

Según Cressey, para que el fraude se materialice, estos tres elementos deben estar presentes de alguna forma:

  • Presión: Es el detonante que empuja al individuo a considerar el fraude. Puede tratarse de una deuda, un problema familiar, presión para alcanzar objetivos o simplemente ambición personal. La presión no siempre es visible, pero suele estar presente en la mayoría de los casos.
  • Oportunidad: El fraude solo es posible si el entorno lo permite. La ausencia de controles, la debilidad en la supervisión o el exceso de confianza en ciertas personas abren la puerta a comportamientos indebidos. Aquí es donde las organizaciones pueden actuar con más eficacia, fortaleciendo los controles y reduciendo las posibilidades de que el fraude se materialice.
  • Justificación: Para que una persona cometa fraude y siga viéndose como “buena”, necesita racionalizar su acción. Ejemplos comunes incluyen frases como "me lo merezco", "la empresa no lo notará" o "lo devolveré pronto".

Una  perspectiva personal sobre el Triángulo del Fraude

En mi experiencia, he constatado cómo esta teoría sigue siendo clave para entender el fenómeno del fraude. Considero que la oportunidad es el factor más manejable desde la gestión empresarial, ya que puede ser reducido con sistemas de control interno sólidos, segregación de funciones, auditorías y una cultura de cumplimiento robusta.
 Reducir la oportunidad desincentiva el fraude incluso cuando existen presión y justificación. Si el entorno es robusto y hay claridad sobre las consecuencias, muchos potenciales defraudadores no se atreverán a actuar. En cambio, si la organización es permisiva, la tentación se convierte en una realidad tangible.
 Asimismo, pongo énfasis en la importancia de actuar también sobre la cultura organizacional para minimizar la racionalización. La formación ética, la ejemplaridad del liderazgo y la transparencia en los procesos son fundamentales para que los empleados interioricen que el fraude no tiene justificación.

Romper  el Triángulo

El verdadero valor del modelo radica en su aplicabilidad: si se rompe uno de los lados del triángulo, el fraude es improbable. Por eso, desde una visión tradicional, se aboga por un enfoque preventivo basado en tres líneas de acción:

  • Detectar  y aliviar las presiones: Programas de bienestar, canales de ayuda, objetivos realistas.
  • Reducir  las oportunidades: Controles internos eficaces, supervisión activa, tecnología antifraude.
  • Debilitar  las justificaciones: Crear una cultura ética sólida, garantizar una comunicación clara y promover un liderazgo ejemplar.

El triángulo del fraude se mantiene como una herramienta clave para comprender y prevenir el fraude interno. Su enfoque clásico no está reñido con los tiempos modernos, sino que constituye la base sobre la cual construir sistemas de prevención eficaces. Prevenir el fraude es posible si se actúa con inteligencia, coherencia y firmeza. Y todo empieza por comprender que, si uno de los vértices del triángulo se debilita, toda la estructura del fraude se derrumba.


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