Donald R. Cressey entrevistó a unas 200 personas que habían sido encarceladas por malversar fondos y excluyó de su investigación a los empleados que tomaron sus trabajos con el propósito de robar obteniendo las siguientes conclusiones que se conocen como la hipótesis de Cressey o el triángulo de fraude. “Las personas de confianza se convierten en violadores de esa confianza, cuando teniendo un problema financiero que no es compartible, son conscientes de que este problema puede ser resuelto en secreto violando la posición de confianza financiera que tienen, y son capaces de aplicar a su propia conducta, verbalizaciones que les permitan ajustar sus concepciones de sí mismos como personas de confianza”.
El clásico triángulo de fraude ayuda a explicar la naturaleza de muchos, pero no de todos los defraudadores ocupacionales El triángulo sólo, es una herramienta inadecuada para disuadir, prevenir y detectar el fraude porque no se pueden observar dos de las características: presión y racionalización. Como resultado, se han desarrollado otros modelos de fraude para proporcionar visiones alternativas del fraude que podrían ayudar cuando el triángulo de fraude se ha quedado corto.
La clave es entender que hay muchos factores que pueden motivar a las personas a cometer fraudes